Es natural, por humano, que los padres deseen que sus hijos trabajen en la empresa de la familia. Sin embargo, es importante que esos progenitores consideren que la decisión corresponde a los directamente afectados y que ella, dada su trascendencia, debe ser aceptada a pies juntillas.
En ocasiones, sucede que los padres tratan de vivir a través de sus hijos cuanto no vivieron en su juventud; ello se manifiesta en el deporte y en otras diversas actividades. En particular, en la cuestión objeto de este análisis, los padres quieren proyectar en sus hijos su propia vida y, en consecuencia, cuando los vástagos deben iniciarse en la actividad laboral prefieren que lo hagan en la empresa de la familia. Y es entonces cuando cabe la pregunta de hierro: ¿Quién es el que quiere trabajar en la empresa familiar? ¿Mi hijo o yo mismo?
Conveniente es hacer notar que, respecto a esta cuestión no existe una decisión que pueda calificarse de buena o mala. Menudean los casos en los que los hijos, habiendo comenzado a trabajar en un emprendimiento familiar lograron éxitos no solo para sí mismos sino también para la familia y la empresa. Como contracara, hay casos en los que la experiencia no resultó positiva.
Teniendo en cuenta que pasamos más tiempo en el lugar de trabajo que en nuestras casas, una de las cuestiones centrales en la actividad laboral es la búsqueda de la felicidad. Si bien ella -la felicidad- es en parte es colectiva, también es individual. Por tanto, los hijos deben elegir el lugar donde iniciarse laboralmente conforme lo deseen y de acuerdo a lo que estimen contribuirá a forjar su propia felicidad.
No puede ni debe soslayarse el hecho de que si los hijos inician su actividad laboral en la empresa familiar y permanecen en ella mucho tiempo sin estar a gusto, corren el serio riesgo de llegar a la edad adulta portando una importante frustración, asociada a la muy escasa posibilidad de obtener un trabajo diferente pues, tanto por razones de edad o por la experiencia de haber servido únicamente en la empresa de la familia, serán escasas las posibilidades de obtener un trabajo remunerado en condiciones iguales a cuanto percibían hasta ese momento.
Como padres debemos tener en cuenta que esta es una decisión de nuestros hijos y que no podemos pretender vivir nuestra vida a través de ellos ya que esto podrá generar efectos negativos.
Es inexcusable, pues, que la decisión sea tomada conforme a lo que los hijos consideren mejor para ellos. La responsabilidad de los padres se circunscribirá, entonces, a aconsejar a sus hijos, pero nunca a decidir por ellos.
Marcelo Codas Frontanilla
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